Arte para entender tiempos de crisis por Yuji Kawasima: cuerpo, distancia y deseo
Nos da cierto miedo admitir que, confinados en este presente convulso, estemos cada vez más lejos de saber dónde queda el futuro. Pero de pronto caemos en la cuenta de que tampoco el pasado —donde suponemos estar a salvo— es capaz de sostenernos. Al final, revisitarlo es descubrir que eso es también una práctica de riesgo. Porque, en el caso del arte, el acto de volver a mirar invariablemente contamina con otros significados aquello que, dicen, debe conservar un único sentido. Pero no solo ahí radica el riesgo. Pues, al revés, ¿quién podría adivinar que serían aquellas obras ya conocidas las que, exponiéndose a la prueba del tiempo, nos contagien con lecturas inesperadamente actuales? ¿y quién podría suponer que tal vez osarían aliviar el presente y legarnos posibles futuros?
Pienso, por ejemplo, en una figura como la del brasileño Hudinilson Jr., fallecido en 2013, cuya obra Exercicio de me ver (Ejercicio para verme) forma parte de la colección del Museo Reina Sofía. Un tipo a menudo considerado solitario y obsesivo que, a principios de la década de 1980, hizo de una fotocopiadora su laboratorio. Se desnudó encima de la máquina y, transformando el cristal en un espacio escénico, concibió una suerte de performance íntima en la que sacaba copias explícitas de partes de su propio cuerpo, infectando su formación conceptual —adquirida en el São Paulo de los setenta— con una poética de alto voltaje homoerótico. Más bien “xerótico”, se dijo en su momento, al combinarse el nombre de la marca del equipo —Xerox— con la calidad lasciva de su trabajo.
Exercicio de me ver (Ejercicio para verme), Hudinilson Jr., 1980.
Si no es trágico, resulta al menos curioso: en su más reciente retrospectiva, organizada por la Pinacoteca de São Paulo, creaciones como esta estuvieron expuestas únicamente un par de días, antes de que el presente hiciese estallar por los aires la cronología esperada, cerrando prematuramente la muestra a causa de la actual pandemia. Lo cierto es que no sería la primera pandemia en enfrentarse a esta pieza. Al fin y al cabo fue concebida por un creador que, poniendo de manifiesto su estigmatizada orientación sexual, hizo frente a la crisis sanitaria que, en su momento, le tocó vivir a su propia generación: la del VIH/sida.
Hudinilson Jr. confiaba en que desnudándose sobre la luz de la fotocopiadora generaba más que simples pornografías narcisistas. Sin embargo, él no podría prever que, exactamente cuarenta años después, la naturaleza auto-referencial de estas impresiones llegasen a dialogar con una situación global, marcada por una extrema restricción de los contactos interpersonales. Pegados a nuestras propias pantallas luminosas, a nuestra manera también confiamos en la tecnología como repositorio y comunicador de nuestros deseos —desde los más inocentes y familiares hasta los más impúdicos e inconfesables—. Es cierto que mientras lo que para aquel joven era una deliberada provocación plástica, para nosotros es parte de lo que comienza a entenderse como “normalidad”. Pero de cualquier modo, en ambos casos, lo hacemos movidos por nuestra incapacidad para sublimar justamente lo que, tanto en aquel entonces como en este apremiante ahora, se probó incontenible, y a la vez perecedero: los propios cuerpos. ¿Dónde queda el deseo en medio de una pandemia, en la que todo lo que respira parece conspirar en nuestra contra? Y, además, ¿cómo es posible amar, cuidar y sostener guardando las distancias?
Distancias que, supongo, podemos experimentar si, desde nuestro propio encierro, nos permitimos atravesar la frontera entre idiomas y acercarnos al exilio londinense del cantautor Caetano Veloso, al inicio de los años 70. Desde allí, huyendo de la dictadura militar brasileña, escribe una carta-canción dirigida a su hermana en Brasil, la también cantante Maria Bethânia, en la que le suplica en la lengua del destierro: "Maria Bethânia, please send me a letter / I wish to know things are getting better / Better, better, beta, beta, Bethânia." Quizás, porque para sentirse cuidado en aquellas condiciones tan extremas, bastaría con que ella satisficiera—tan solo con un breve mensaje— su ansias por saber que, a pesar de todo, “las cosas están mejorando.”
Pero nadie mejor que Caetano sabe que los deseos, además de incontenibles, lo son todo, menos programables. “Donde quieres descanso, soy deseo/ y donde soy solo deseo, quieres no”, canta Caetano en los versos en portugués de O Quereres, de 1984, en los que nos habla de la insumisión del cuerpo a la vida y del carácter inevitablemente irrealizable del deseo. Nos enfrenta a la perplejidad del sujeto que, intentando organizar el caos para suplantarlo, acaba encontrando en ello un sustrato de vida. Para estos días de tanta incertidumbre, recomiendo escuchar la versión en directo de esta canción, interpretada justamente por Maria Bethânia en su concierto en 2002, que no solo nos recuerda que las cosas pueden estar mejorando, sino que lo hace devolviéndonos el goce colectivo ante el arte. Y que, como el cuerpo de Hudinilson Jr., no nos deja olvidar la erótica y la calidad epidérmica de todo aquello que nos toca.