Arte para entender tiempos de crisis, por Diana Lobato: la polisemia de las obras artísticas y su condición como fuente de reflexión
Estos tres artistas tan dispares entre sí, de momentos históricos y contextos diferentes, nos servirán de trampolín en las siguientes líneas para saltar al vacío y bucear por el arte, buscando nuevos significados, nuevas preguntas lanzadas al aire de respuestas inciertas que sirvan de meditación lírica en estos tiempos de crisis todavía de consecuencias desconocidas.
El arte es reflejo del pulso del tiempo, como el sensor de un sismógrafo que registra las ondas que producen los movimientos telúricos. En cuyo sismograma resultante los picos coinciden con los temblores que producen las crisis. Así, cabe plantearse: ¿qué papel puede jugar el arte contemporáneo en un momento de crisis generalizada como este? Si consideramos el arte contemporáneo al posterior a la Segunda Guerra Mundial, nace de las cenizas de una guerra que provocó una enorme deriva sin retorno, toda una quiebra traumática de la conciencia europea. Desde los años 50 hasta hoy las producciones artísticas son reflejo de un mundo complejo. Nuevas disciplinas de difícil etiquetaje fueron tejiéndose década tras década hasta el momento actual, corrientes cambiantes, fugaces y revulsivas, tratando de dar respuesta a un mundo agitado y global, del que formamos parte la propia audiencia. Pues, ahora más que nunca el arte contemporáneo genera opinión, curiosidad y, cuanto menos, expectación.
Así, desde el pensamiento crítico como reflexión, el arte ofrece un análisis del pulso de la vida, pasada y presente; un presente en estos momentos, tristemente amenazado por el miedo, el dolor y la incertidumbre. Las obras se vuelven polisémicas, permiten múltiples lecturas dependiendo de la localización en el espacio-tiempo del ojo que analiza. Los significados de ayer y hoy discurren en paralelo creado una polifonía de múltiples voces de ritmo diverso. Las melodías del tiempo en que se gestaron y su renovada vigencia bajo una nueva óptica, conviven en múltiples obras, ahora durmientes, dentro de los muros del Museo Reina Sofía. Entre ellas, La oración de Darío Villaba.
Darío Villalba (San Sebastián, 1939-2018) se sitúa en el cruce entre la herencia del informalismo español y el Pop Art, formó parte de la generación dislocada que surge a finales de los años 60 y los 70. En sus palabras: “el elemento emocional de El Paso se mantuvo con interferencias del mass media”. Cuenta con una rica y diversa producción, aunque fueron precisamente Los encapsulados –en un diálogo sublime entre fotografía y pintura– los que le valieron un gran reconocimiento internacional. A una de estas series pertenece La oración, con alusiones espirituales directas, donde investiga con la fotografía para crear esta especie de iconos religiosos. Recurre a soportes como el aluminio, el plexiglass y la fotografía que abundan en el Arte Pop pero bajo una intención poética y emocional en la antítesis de trivialidad que define el estilo americano. Busca reflejar sobre todo las “vicisitudes anímicas del ser humano”, analizando temas existenciales y sociopolíticos, con referencias explícitas al dolor y a la muerte. Quizá precisamente por ello, estas figuras de miradas perdidas y aisladas en burbujas asfixiantes adquieren una asombrosa vigencia casi 50 años después en el contexto actual.
La Oración, Darío Villalba, 1974.
N.º 179, Luis Feito, 1960.
Silencios que no están presentes en Respiración circular viciosa, de 2013, instalación interactiva de Rafael Lozano-Hemmer (Ciudad de México, 1967). En sus obras el artista abandona la lírica de los pinceles y la pintura por los cables, dispositivos de última tecnología y ecuaciones matemáticas que dan alma a sus creaciones, desplazando al espectador a una nueva dimensión estética y reflexiva.
Respiración circular viciosa, Rafael Lozano-Hemmer, 2013.
En Respiración circular viciosa el silencio se rompe con sonidos mecánicos, el leve zumbido del flujo del aire y el crujido del papel de las bolsas al arrugarse crean un gran instrumento musical de aire formado por más de sesenta de bolsas que cuelgan de tubos de respiración, como si de un gran aparato respiratorio se tratase, cuyo aire se mantiene circulando gracias a la acción de fuelles, que inflan y desinflan las bolsas siguiendo la frecuencia respiratoria normal de un adulto. Por cuyos circuitos discurre el aire de las exhalaciones de visitantes tras insertarse en un espacio cúbico de vidrio, herméticamente sellado, donde inhalan el aire que previamente respiraron los participantes anteriores. Forman parte inherente a la instalación las advertencias que informan al participante sobre los riesgos de asfixia, contagio y pánico. Tres terribles palabras cuya rabiosa actualidad golpea a toda la sociedad, sometida a un letargo impuesto cuyo objetivo es esperar, sosteniendo el aire hasta que se limpien los circuitos respiratorios a nivel global.